domingo, 16 de julio de 2023

Razones y personas, de Derek Parfit

Razones y Personas es un trabajo de filosofía escrito por Derek Parfit, publicado por primera vez en 1984. Está enfocado en éticaracionalidad e identidad personal. Está dividido en cuatro partes, dedicadas a teorías auto refutadas, racionalidad y tiempo, identidad personal y responsabilidad con las generaciones futuras.




En la medida en que esta obra suya se ha convertido en un punto de referencia ineludible del filosofar actual, podemos considerar a Derek Parfit como un auténtico clásico viviente. En efecto, su planteamiento del problema de la identidad personal a través del tiempo, en una línea que inauguró Hume en la época moderna, pero que puede vincularse sin excesivos problemas, si queremos adoptar una perspectiva transcultural, con lo más incisivo del pensamiento budista, ha venido constituyendo desde hace ya más de veinte años el centro del apasionado debate intelectual que viene desplegándose en torno a esta cuestión tan importante. Cuestión que enlaza directamente con las problemáticas de la racionalidad práctica y de la ética, y cuyo tratamiento filosófico no dejaría de tener significativas repercusiones psicológicas en todos nosotros, por ejemplo, en nuestra actitud ante el envejecimiento y la muerte. En esta edición española de "Razones y personas" se viene a incluir, a guisa de «epílogo», una definitiva actualización del reduccionismo parfitiano de la identidad personal, redactada más de diez años después. En suma, nos hallaríamos ante una de las obras culminantes del pensamiento de finales del siglo XX: su brillantez y espectacular vigor intelectual no han podido dejar de ser reconocidos ni siquiera por los adversarios más decididos de las sorprendentes tesis que en ella se defienden.

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El neurocientífico Sam Harris ha dicho de este libro que parece escrito por una inteligencia alienígena. Parfit, que falleció en 2017, propone experimentos mentales y argumentos que hacen que nos replanteemos muchas de las ideas que damos por sentadas, entre ellas la de nuestra identidad, más frágil de lo que creemos.

Ejemplo, ligeramente modificado:

Mi amiga Elísabet, que es muy viajera, quiere probar una máquina de teletransporte que la llevará a Marte. Como es muy lista, no necesita que los científicos de la NASA le expliquen cómo funciona el aparato: “es evidente, y solo hay un botón, no soy idiota”.  Así que entra en la cabina y, sin pensárselo dos veces, la pone en marcha.

El experimento funciona y mi amiga aparece en la base estadounidense de Marte, donde se enterará de cómo funciona este medio de transporte: la máquina ha escaneado la información de todas sus células y las ha destruido, para luego volver a reconstruirlas en la segunda cabina. Es decir, la ha desintegrado  y luego la ha reemplazado con un clon. No es un clon cualquiera: conserva todos sus recuerdos e incluso la misma quemadura que se hizo anoche mientras cocinaba. 

Ahora bien, si Elísabet 1 ha muerto, ¿quién coño es Elísabet 2? 

Por otro lado,  si Elísabet 2 tiene el ADN de Elísabet 1, sus recuerdos, su DNI, etc., ¿no es Elísabet? ¿O hace falta algo más para ser la Elísabet original?


FUTURO


Las postulaciones más famosas de Parfit vienen de la parte IV de Razones y Personasdonde discute futuros posibles para el mundo. En esta parte muestra cómo en la discusión de futuros posibles tanto el utilitarismo promedio como el utilitarismo total llevan a consecuencias indeseadas. 

Aplicando el utilitarismo total lleva a lo que llama la conclusión repugnante. Para refutar el utilitarismo total, Parfit lo ilustra con un experimento mental, donde nos pide que imaginemos escoger entre dos futuros posibles. En A, 10 mil millones de personas vivirán en la próxima generación, todas con vidas extremadamente felices. En B, hay 20 mil millones de personas viviendo vidas menos felices que en A. Si queremos maximizar la utilidad, deberíamos preferir B a A, e incluso, llevándolo más al extremo, deberíamos preferir Z, un mundo donde hay billones de personas con vidas que apenas valen la pena vivir comparadas con A, pero que aun así aumentan la utilidad total.

Para refutar el utilitarismo promedio, Parfit hace un argumento similar. Si todo lo que nos importa es la felicidad promedio, entonces tenemos que concluir que una población extremadamente pequeña, como diez personas, es el mejor resultado posible si asumimos que esas diez personas (Como Adán y Eva) vivieron unas vidas más felices de lo que podemos imaginar. Entonces tenemos que considerar el ejemplo de la inmigración. Ya que el extranjero se beneficia en gran medida de la inmigración y los locales también (al menos en una pequeña medida), al tener inmigración ambos grupos están mejor. Pero si este incremento es menor al beneficio al incrementar la población, entonces la utilidad total es menor. Entonces, a pesar de que todo el mundo está mejor, este no es el futuro preferible. Parfit argumentará que esto es absurdo.


Parfit entonces se pone a argumentar sobre la identidad de las generaciones futuras. Primero dice que la existencia de una persona específica está ligada al tiempo y las condiciones de la concepción. "Yo" no sería "yo" si mis padres hubiesen esperado dos años más a tener un hijo. Aunque habrían tenido un hijo, habría sido otra persona.

Si estudiamos efectos del clima y otros fenómenos físicos, pequeños cambios en las condiciones durante un tiempo T tendrían efectos drásticos en cualquier momento después de T. Cualquier acción tomada ahora tendrá efectos drásticos sobre la persona que existirá dentro de varias generaciones. Por ejemplo, un cambio radical en la legislación ambiental cambiaría tanto las condiciones de concepción, que dentro de 300 años ninguna de las personas que habrían nacido nacerán, en su lugar, serán otras personas. A esto se lo conoce como el problema de la no identidad.

En ese caso, podríamos crear legislaciones desastrosas que serían peores "para nadie", pues ninguna de las personas que iban a existir existirán bajo las nuevas condiciones. Si consideramos las ramificaciones morales según a quién afecte, entonces no tenemos motivos para preferir una legislación razonable sobre una que no lo sea. Este es el problema de la no identidad en su forma más pura: la identidad de las generaciones futuras depende causalmente, de una forma decisiva, en las acciones de las generaciones presentes.


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