viernes, 20 de junio de 2025

Es impredecible por definición, no porque seamos torpes y no sepamos verlas venir, sino porque la naturaleza funciona así.

El azar os hará libres

Una veintena de investigadores han desarrollado un generador de números genuinamente aleatorios, incertidumbre en el sentido científicamente estricto que requiere la seguridad de las comunicaciones



Desde la izquierda, Jasper Palfree, Gautam Kavuri y Lynden Shalm, investigadores del equipo que ha desarrollado un generador de números aleatorios en el Instituto Nacional de Estándares y Tecnología (NIST por sus siglas en inglés) en Boulder (Colorado).
NIST


Los humanos detestamos el azar. Nos gusta creer que tenemos el control de las cosas, y los sucesos impredecibles nos dejan humillados o desmoralizados, nos revelan que estamos en manos de fuerzas oscuras sobre las que carecemos de jurisdicción. Pero esta actitud es injusta, porque somos producto de lo impredecible —sin el azar seguiríamos siendo microbios en una charca—, y porque el azar sigue teniendo un papel esencial en nuestra biografía.

Ahora lee con atención. Gautam Kavuri y Lynden Shalm, del Instituto Nacional de Patrones y Tecnología en Boulder, Colorado, junto a 21 colegas (entre ellos Carlos Abellán, de Quside Technologies en Barcelona), han desarrollado un generador de números genuinamente aleatorios, por oposición a los números aparentemente aleatorios que hemos utilizado hasta ahora. Esto es azar en el sentido física y matemáticamente estricto que requiere la seguridad de las comunicaciones. Más aún, el nuevo sistema permite una trazabilidad completa y una comprobación sistemática de que los resultados son estrictamente impredecibles. Esta garantía es una innovación importante para el futuro inmediato. Y tal vez también para la filosofía.

Cuando hablamos de azar, es obligado mirar a la naturaleza cuántica del mundo. La física cuántica es a la vez certeza y azar. Si dos partículas entrelazadas salen pitando en direcciones opuestas, recorren todos los kilómetros que quieras y después mides sus propiedades, tienes la certeza de que, digamos, si una apunta para arriba, la otra apunta para abajo. Eso es determinista. Pero que una de las partículas apunte para arriba o para abajo es estrictamente aleatorio. Es impredecible por definición, no porque seamos torpes y no sepamos verlas venir, sino porque la naturaleza funciona así. No espero que lo entiendas —es imposible—, sino solo que lo aceptes como un hecho probado una vez y otra hasta la saciedad, como hemos tenido que hacer todos.

Los físicos de Boulder han aprovechado esos principios de una forma ingeniosa y eficaz que idearon en 2018. Generan pares de fotones entrelazados, de modo que cada fotón de un par sale disparado en sentido opuesto al otro y recorre 50 metros antes de medir sus propiedades (con dos detectores separados 100 metros). En vez de 50 metros se podrían mandar a los dos extremos de la galaxia, pero sería poco práctico. Mientras sigues disparando fotones, lo importante es que el chorro de estados que detectas es genuinamente aleatorio, puesto que ni siquiera existía antes de que tú midieras cada fotón. Hasta entonces, el fotón estaba en una superposición de los estados posibles. El resultado es un azar cristalino, filosóficamente puro.

La trazabilidad, o posibilidad permanente de auditar los resultados, se basa en una técnica que lleva unos años acumulando mala fama: la blockchain que subyace al bitcoin y las demás criptomonedas. La blockchain no es la culpable de las estafas que proliferan con estas divisas fantasmagóricas: es solo lo que impide robarlas sin dejar rastro. Los estafadores no son algoritmos, sino personas, y a veces muy conocidas. Como demuestra el caso que tratamos, la blockchain es una herramienta muy útil para auditar cualquier transacción. Si haces trampa, dejas tu ADN en el lugar de los hechos.

No hablamos solo de la seguridad de las comunicaciones —incluyendo las tuyas con tu banco—, sino también de los números aleatorios que se usan todo el rato en loterías, selección de jurados y asignación de pacientes en los ensayos clínicos de doble ciego, en los que ni el paciente ni el médico deben saber si están usando el fármaco o el placebo.

La Universidad de Colorado en Boulder ya ofrece un servicio público de generador de números aleatorios que pueden usar todos los bancos, las empresas y los particulares que los necesiten. Es un buen ejemplo de ciencia pública al servicio de la sociedad. Está bien conocer alguno de vez en cuando.



¿Puede existir una consciencia separada del cerebro?

Destellos de lucidez antes de morir: el debate que agita a la neurociencia

Las experiencias cercanas a la muerte o la lucidez terminal provocan preguntas sobre lo que sabemos de la conciencia


Cinta Arribas



“Mi madre tenía alzhéimer avanzado. Ya no nos reconocía y parecía indiferente a esos extraños que la visitaban una o dos veces por semana. El día antes de su fallecimiento, sin embargo, todo cambió. No solo nos reconoció, sino que quiso saber qué nos había pasado a cada uno en el último año”. El testimonio de una mujer alemana, recogido en 2019 por Alexander Batthyány, director del Instituto Viktor Frankl en Viena, muestra un caso de lo que se ha bautizado como lucidez terminal, un breve retorno del yo en personas que parecían haber desaparecido mucho tiempo antes por culpa de lesiones cerebrales o alzhéimer.

En su libro El Umbral (Errata Naturae), recientemente publicado en castellano, Batthyány cuenta su investigación sobre este fenómeno poco estudiado, relatando casos de familiares y profesionales sanitarios que asisten a lo que parece una resurrección temporal de alguien que daban por perdido. Según sus estimaciones, hasta un 6% de las personas que parecen haber perdido la consciencia para siempre lo experimentan. En una entrevista con EL PAÍS, el psicólogo defiende el interés de estudiar estos casos para entender su significado. Para él, desafían la concepción actual de que la mente es solo una propiedad emergente del cerebro y que cuando este se daña la consciencia desaparece para siempre.

La lucidez terminal y las experiencias cercanas a la muerte serían un indicio para personas como Batthyány de que, junto a la consciencia que surge del cerebro y que desaparece cuando este se deteriora, hay otra protegida, etérea, oculta durante nuestra vida terrenal por la anterior, pero que resurge en las postrimerías de la vida, liberada por fin de las cadenas de la materia. Eso explicaría los chispazos finales de conciencia o los relatos de personas que reviven después de haber estado clínicamente muertos. Esa luz al final del túnel, el encuentro con seres queridos fallecidos, la sensación de disolución del ego y unidad con el universo que transmite una paz indescriptible y hace que muchos de los que tienen la experiencia pierdan el miedo a la muerte e incluso la añoren.

Por ahora, la evidencia para sustentar estas hipótesis tan ambiciosas es escasa, y el propio Batthyány lo reconoce. La mayor parte de su investigación, como la que se ocupa de las experiencias cercanas a la muerte, depende de la recopilación de casos retrospectivos, de testigos que cuentan lo sucedido, algo que, en términos científicos, es evidencia de baja calidad. En experiencias tan extraordinarias e imprevisibles, resulta difícil aplicar criterios de la ciencia moderna como que sea medible, reproducible y predecible.

Desde el estudio de referencia del cardiólogo neerlandés Pim van Lommel, publicado en la revista The Lancet en 2001, el campo de la investigación de este tipo de fenómenos ha estado dominado por personas que favorecen una interpretación dualista, que afirma que existe una consciencia separada del cerebro. Esto sucede, en parte, porque la misma investigación de las experiencias cercanas a la muerte parecía más una tarea de colaboradores de Cuarto Milenio que de científicos serios. Ahora, también hay algunos científicos convencionales que están empezando a trabajar en este campo. Es el caso del Grupo de Ciencia del Coma de la Universidad de Lieja, en Bélgica. Este año, un equipo de ese grupo, encabezado por Charlotte Martial, publicó en la revista Nature Reviews Neurologyun artículo en el que presentan un modelo neurocientífico de las experiencias cercanas a la muerte.

El modelo NEPTUNE (siglas en inglés de Teoría Neurofisiológica y Evolutiva-Psicológica para Comprender las Experiencias Cercanas a la Muerte) plantea que estas experiencias son una cascada de procesos neurofisiológicos y psicológicos que se inician en situaciones críticas. En esas circunstancias, la privación de oxígeno o los cambios en el cerebro provocan aumentos en neurotransmisores como la serotonina y la dopamina e incrementan la excitabilidad neuronal en algunas regiones cerebrales. Eso estaría detrás de las sensaciones vívidas, la calma o la sensación de verse abandonando el propio cuerpo, características de las experiencias cercanas a la muerte (ECM). Además, plantean enmarcar esta respuesta fisiológica dentro de la teoría evolutiva, como una herramienta para afrontar amenazas. Más que respuestas, este modelo supone un marco para plantear experimentos rigurosos.

Martial considera que el dominio de la visión dualista en la interpretación de las ECM se debe, por un lado, “a que no hay un marco científico riguroso y convincente para explicar esas experiencias subjetivas, ricas e intensas que aparecen en un momento en el que no habríamos esperado que hubiese consciencia”. Además, en décadas recientes no ha habido experimentos a gran escala para probar un modelo científico de las ECM.

Los proponentes de teorías dualistas de la muerte sugieren que lo que se ve durante una ECM o en los últimos momentos de lucidez son una ventana a otro mundo en el que no aplican las reglas de este. Quienes viven esos roces con el más allá vuelven contando que les inundó un sentimiento de paz y armonía con el universo, que vieron cómo se separaban de su cuerpo o que se veían rodeados por una luz brillante. Pero, según ha comprobado Martial, no es necesario estar cerca de la muerte para vivir esas experiencias. La estimulación de partes específicas del cerebro con electrodos intracraneales puede inducir experiencias similares, igual que las sustancias psicodélicas. También sucede con los síncopes.

En un artículo publicado recientemente, ella y su equipo estudiaron a 22 voluntarios sanos que se indujeron síncopes a sí mismos. Durante sus breves desmayos, el 36% relataron una experiencia subjetiva que cumplió los criterios para una ECM según la escala creada por el psiquiatra Bruce Greyson para evaluarlas. Un 88% tuvo sentimientos de paz o agrado, un 50% sensación de alegría, el 100% sintió como se separaban de su cuerpo y el 50% creyó entrar en otro mundo más etéreo. Este experimento sugiere, según Martial, que la hipoxia desempeña un papel importante en las ECM.

Martial coopera con un experimento para poner a prueba el dualismo, escondiendo señales en la sala de reanimación, invisibles desde la cama, para comprobar si los pacientes pueden verlos. “Hasta ahora no hay resultados concluyentes”, dice la investigadora, que reconoce que, con la tecnología que se tiene, como el electroencefalograma o la resonancia magnética, no se podrá poner a prueba la idea de si hay una fuente de la conciencia distinta del cerebro.

Desde Barcelona, impulsado por la Fundación Incloby, se está llevando a cabo el Proyecto Luz, un estudio de ocho años para estudiar las ECM y sus efectos a largo plazo. El objetivo principal del trabajo es documentar cómo cambia la vida y los valores de las personas después de ser reanimados tras un paro cardiorrespiratorio. Lidera este proyecto Luján Comas, especialista en Anestesiología y Reanimación del Hospital Vall d’Hebron de Barcelona durante 32 años: “Experimentan paz y amor, y son capaces de ver a personas que han fallecido, muchos expresan que sintieron que llegaban a casa y no querían volver a la vida”. “Vuelven cambiados, con otros valores, más espirituales, aunque no necesariamente religiosos, reconocen lo que realmente tiene sentido en la vida, centrándose en el amor”, asegura Comas.

La especialista cree que “si las personas tienen estas vivencias cuando el cerebro está plano y no tiene actividad eléctrica, el concepto de que la conciencia solo es un producto del cerebro y se acaba cuando este deja de funcionar no es correcto”. Pero reconoce que, por ahora, solo es una hipótesis.

En ese salto, en busca de un apoyo científico que armonice intuiciones espirituales ancestrales y razón, los partidarios de la visión dualista suelen echar mano de la física cuántica. El cirujano Manuel Sans Segarra, célebre por afirmar que tiene pruebas científicas de que existe vida después de la muerte, suele apelar a la cuántica como fundamento para afirmar que existe una supraconciencia inmortal de la que todos formamos parte. Pero la física cuántica “no puede utilizarse para explicar estos fenómenos”, en palabras de Alberto Casas, profesor de investigación del CSIC en el Instituto de Física Teórica de Madrid. “El cerebro es un sistema macroscópico, donde estos efectos cuánticos se diluyen”, concluye.

Einstein habló de una acción fantasmagórica a distancia y Comas considera que el fenómeno nos dice que “todo está interconectado” y que existe una conciencia no local que no está anclada a un cerebro individual. Casas explica que “pensar que un cerebro puede estar conectado con otro por una especie de telepatía debida al entrelazamiento, no se sostiene”. “Es más, aunque se pudieran entrelazar, la propia física cuántica implica que no se podría transmitir ninguna información significativa”, remacha.

Los partidarios del dualismo tienen prisa por ir más allá. En parte, porque la explicación materialista, aunque fuese cierta, no ofrecería alivio ante la angustia de la muerte, y la espiritual lo proporciona, tenga o no base real. Para Comas, el relato de estas experiencias “da esperanza de que la vida sigue y da esperanza a la gente que ha perdido a un ser querido [...] de que te vas a volver a encontrar”. “Yo creo que eso ya es suficiente, si eso ayuda a una persona a recuperarse, ¿por qué lo hemos de destruir?”, pregunta.

Aunque no deja de ser otra especulación imposible de comprobar, las afirmaciones de Batthyány y Comas encajan con la explicación evolutiva al hecho de que las experiencias como las ECM o las personas que afirman haber tenido contactos vívidos con el más allá aparecen en todas las épocas y en todas las culturas humanas del planeta. Ayudan a vivir. Los que defienden la hipótesis dualista sugieren que esta universalidad de los relatos prueba que el más allá no es una alucinación provocada por engranajes neuronales. Por ahora, las evidencias solo permiten asegurar una cosa: la necesidad de consuelo que tiene el ser humano es insaciable.