viernes, 4 de agosto de 2023

Sobre la libertad...

 No eres libre y por eso estás leyendo este boletín


El universo, visto como una mesa de billar con billones de bolas y billones de tacos. Y algunos agujeros negros. 

La metáfora se me escapa de las manos / TARASOV VL / GETTY IMAGES





Buenas:


¿Quién será el próximo presidente del Gobierno? Quizás podríamos saberlo si nos esforzáramos un poco: el pensador ilustrado Pierre-Simon Laplace imaginó un intelecto sobrehumano capaz de conocer todas las fuerzas de la naturaleza y de analizar todos los datos de todo lo que existe. En este caso, podría predecir el futuro porque conocería todas las causas y todos sus efectos, y además nos lo contaría para ahorrarnos estas semanas de sufrimiento. Tendría en cuenta incluso el efecto de habernos adelantado lo que va a ocurrir.


Claro que esto igual solo vale para los objetos: un astrónomo puede calcular dónde estará Venus dentro de 700 años, pero es imposible adivinar qué van a hacer Feijóo o Sánchez dentro de dos minutos porque son personas libres y, por tanto, impredecibles. A lo mejor Feijóo se jubila y Sánchez abandona la política para dedicarse a su verdadera pasión: la cocina (estoy inventando).


O quizás no: nacemos con unos genes que nos predisponen a una forma de pensar y de actuar, y nos hemos criado en un país con una cultura concreta, al cuidado de unos padres que, junto con la escuela, nos educaron de una forma determinada. Tampoco somos inmunes a la influencia de amigos, compañeros de trabajo, la publicidad o el contexto económico. Es decir, a la hora de la verdad no tenemos mucho margen para actuar. Como decía Spinoza, creemos que somos libres solo porque ignoramos las causas que determinan nuestras acciones. 


El debate entre el destino y el libre albedrío se remonta ya a Homero, que hablaba de cómo nos vemos “presos de fuerzas más allá de nuestro control”. Los estoicos aseguraban que nuestras acciones están marcadas por el destino y que hemos de aceptarlo. En la Edad Media y en la Edad Moderna también se debatía sobre el determinismo religioso: si Dios ya sabe lo que vamos a hacer, ¿podemos cambiar el futuro? ¿O Dios conoce todos los futuros posibles?


En la actualidad, la idea del destino o de la predeterminación viene sustituida por lo que sabemos de nuestro cerebro, pero los temores son los mismos: que no tenemos más opción que hacer lo que hacemos. Al fin y al cabo, no estamos al margen de la naturaleza: no hay un alma detrás de nuestros actos e ideas, sino que estamos sujetos a una “red de causas”, lo que incluye una multitud de variables y de factores que interactúan y que causan nuestro comportamiento y nuestras acciones. El neurocientífico David Eagleman apuntaba en su libro Incógnito que “no podemos encontrar en el cerebro el hueco físico en el que deslizar el libre albedrío -el causador sin causa- porque parece que no hay ninguna parte de la maquinaria que no siga una relación causal con las otras partes”.



Sujetos a la naturaleza


En filosofía hay un debate entre deterministas y compatibilistas:

Los deterministas creen que todas nuestras acciones tienen una o varias causas, las conozcamos o no, y, por tanto, no somos libres. De lo contrario, nuestras acciones se deberían al azar… Y tampoco seríamos libres, porque no habríamos decidido esas acciones igual que no decidimos qué número va a salir cuando tiramos un dado.


Esto no significa que seamos autómatas o zombis. Por ejemplo, en La nada nadea, el filósofo Jesús Zamora Bonilla explica que los humanos tomamos decisiones voluntarias, pero niega que “1) tales elecciones habrían podido ser distintas, exclusivamente por nuestra voluntad, de como han sido y 2) que haya algo en nuestro yo que podamos considerar como ‘la causa última y autónoma’ de que la decisión haya sido la que fue”.


Al fin y al cabo. Si:


  1. Todos los sucesos ocurren en función del estado de la naturaleza en el instante inmediatamente anterior.
  2. Un suceso “autodeterminado” es una imposibilidad física.
  3. Y nosotros y nuestro cerebro formamos parte de la naturaleza...


Entonces no hay más remedio que admitir que las elecciones que tomamos son las únicas que resultan compatibles con las leyes de la naturaleza, dado el estado del universo en el instante previo a nuestra decisión.


Nuestras decisiones son impredecibles, ya que desconocemos todas esas causas que además forman parte de sistemas caóticos y complejos. Pero que sean impredecibles no significa que sean libres o que no tengan ninguna causa.



Una libertad compatible con las leyes de la física


Los compatibilistas admiten que nuestras decisiones están influidas por muchos factores, pero aun así defienden que hay margen para el libre albedrío. Simon Blackburn escribe en The Big Questions que la libertad consiste en nuestra respuesta a razones y a hechos. Una persona no es una máquina, que responda de forma invariable a unos estímulos concretos. A nosotros nos mueven razonamientos, amenazas, recompensas… No tenemos la soberanía “de un espíritu sin causa”, pero sí la autonomía de un sistema neurológico y anatómico que trabaja en respuesta a razones.


También habría que distinguir entre causas condicionantes y causas determinantes, según escribe Daniel Dennett en Bombas de intuición. Todo tiene una causa, pero hay causas que no son inevitables. No somos autómatas programados para actuar de una forma determinada, sino que podemos reflexionar sobre nuestras acciones y sus consecuencias, y además comunicarlas a los demás. Podemos vetar nuestros impulsos e incluso vetar nuestros vetos.


Según esta perspectiva, yo estoy predispuesto a que me gusten las camisas azules y a ponerme una en cuanto tengo la oportunidad. Llegado a las condiciones que se daban esta mañana, con camisas azules limpias en mi armario, era muy probable que acabara poniéndome una. Pero podría haberme decidido por una verde. O por una camiseta gris. Tenemos margen de maniobra, por escaso que sea (jamás habría salido de casa con una camiseta de tirantes).



¿Y qué hacemos con los delincuentes?


¿Pero qué culpa tenía el pobre Hannibal Lecter de ser como era?


Supongamos que el determinismo está en lo cierto y que el resultado de la investidura dependerá de un mecanismo de causas y efectos que ya está en marcha. ¿Esta excusa podría valerle a un delincuente? Alguien que, por ejemplo, asesina a periodistas que escriben boletines muy largos podría decir lo mismo, que él es así y que sería injusto castigarle, incluso aunque no tuviéramos más remedio que meterlo en la cárcel para que no asesinara a más periodistas.


De hecho, el sistema legal se basa en que somos seres racionales y libres. No solo se nos castiga por haber incumplido una ley, sino por haberlo hecho intencionadamente o, como en el caso de un conductor borracho que causa un accidente sin querer, por no haber puesto los medios suficientes para evitar lo ocurrido.


Esto tiene consecuencias reales. Por ejemplo, hace unos años, una estadounidense fue tratada con benevolencia por el juez porque un tumor cerebral la había llevado a robar ropa por valor de 2.500 dólares. Salió del juicio con una multa y libertad condicional.


Pero incluso si el libre albedrío no existe, tampoco tenemos dispensa para cometer delitos (o ser maleducados, o saltarnos un semáforo en rojo). Zamora Bonilla recuerda que “el criterio que suele utilizarse para atribuir a alguien la culpabilidad no es tanto el de si lo que hizo fue inevitable, sino solo el de si su acción fue voluntaria o involuntaria”. Y nuestras acciones quizás están determinadas, pero no por eso dejan de ser voluntarias.


Además, cuando decidimos castigar algunas acciones, lo que hacemos es añadir otras consecuencias “al enorme conjunto de consecuencias” que tiene cada uno de nuestros actos. El posible resultado de una pena de cárcel puede ser una causa más que me motive a no robar un banco. Mi decisión seguirá sin ser libre, pero habrá entrado en juego otra motivación.



Entonces, ¿qué camisa me pongo?


De momento, no hay respuesta definitiva al problema de la libertad y es probable que nunca la haya, porque no es fácil saber, por ejemplo, si en exactamente las mismas circunstancias, yo me habría puesto la misma camisa o habría podido escoger otra.


En todo caso, no olvidemos la advertencia de Dennett: le echamos la culpa de todo lo malo que hacemos a la biología o a cómo nos criaron, pero no tenemos inconvenientes en ponernos todas las medallas cuando algo nos sale bien. Nadie ha rechazado un Nobel porque no tiene ningún mérito: "¡No tenía más remedio que escribir esos libros! ¡Soy una marioneta del destino!".


Además y como escribe también Eagleman, “la explicación no supone la exculpación”. “Yo soy así” puede explicar por qué alguien llega tarde o suelta inconveniencias, pero no es una disculpa ni una excusa.




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