Abrir en caso de revolución
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Se acercan las elecciones, así que vamos a
hablar de actualidad política. De la actualidad política del siglo XVIII y del
debate entre Edmund Burke y Thomas Paine, que marcó gran parte de las ideas y
polémicas del conservadurismo y progresismo contemporáneos. Burke, al subrayar
la importancia de las instituciones históricas y de la tradición, y Paine, por
su defensa de los derechos individuales.
Edmund Burke fue un parlamentario y
filósofo británico, nacido en Dublín en 1729. Pertenecía a los old whigs,
la facción conservadora del partido liberal, y se había labrado su reputación
gracias a las críticas al trato que recibían irlandeses e indios bajo dominio
británico, a su oposición al tráfico de esclavos y al apoyo a las colonias
americanas —aunque no a la independencia—. Pero lo recordamos especialmente por
la polémica que generó en 1790 su obra política más influyente, las Reflexiones
sobre la Revolución en Francia, donde predijo la
represión, el terror y la dictadura que estaban por llegar.
Para Burke, las instituciones y
tradiciones han perdurado porque son útiles. Da igual que su origen sea
irracional o injusto, lo importante es su función, que puede ser tanto tangible
como simbólica. Como escribe el filósofo Roger Scruton, refiriéndose a las
ideas de Burke, “cuando hablamos de la tradición, no hablamos de normas y
convenciones arbitrarias. Hablamos de las respuestas que hemos encontrado a
preguntas eternas”. O, volviendo a Burke, el Estado es “un contrato entre los
que viven, los que están por nacer y los que han muerto”.
Burke no estaba en contra del cambio: en
su libro admitía que las reformas son necesarias, pero estas han de ser siempre
lentas y han de reflejar la experiencia y la sabiduría de las generaciones
pasadas. En su opinión, eso había ocurrido con la Revolución Gloriosa de 1688,
que instauró en el Reino Unido una monarquía parlamentaria que evitaba el
absolutismo y que preservaba derechos y tradiciones que reconocía la Carta
Magna de 1215.
Vamos, que para Burke ya estaba todo
hecho, o casi. Por ejemplo, se oponía a la ampliación del derecho al voto, que
en ese momento estaba restringido a los hombres que fueran propietarios, es
decir, al 5 por ciento
de la población. Es más, desconfiaba de cualquier idea que se
pudiera calificar de “democrática”.
Por tanto, las revoluciones son
peligrosas, porque pueden cargarse algo que ya funciona. Sobre todo si es para
dar espacio a ideas nuevas y sin probar, como (en su opinión) la Declaración de
los Derechos del Hombre y del Ciudadano, aprobada en 1789 por la Asamblea
Nacional Francesa. Según Burke, esos supuestos derechos personales chocaban con
la soberanía de las naciones y solo podían llevar a delirios de grandeza de
aspirantes a tiranos.
Los
derechos del hombre
El texto de Burke recibió respuestas
largas e indignadas de autores como la pionera feminista Mary Wollstonecraft.
Pero la más conocida (y más vendida en su momento) fue la del también británico
Thomas Paine, nacido en 1737.
Paine había regresado hacía poco de
Estados Unidos, donde había escrito su Sentido común (1776),
una defensa de la independencia americana y de la igualdad entre los
ciudadanos. Además, se opuso con firmeza a la esclavitud y criticó el robo de
tierras y las masacres que estaban sufriendo los nativos.
En 1791 publicó Derechos del hombre,
en respuesta al texto de Burke y en defensa de los derechos humanos que al
parlamentario le parecían tan extravagantes. Para Paine, la función principal
de los gobiernos, controlados por las constituciones, era precisamente la de
proteger estos derechos que todos tenemos por haber nacido.
En cuanto a nuestros deberes con las
generaciones pasadas, Paine defendía que cada generación debía ser libre para
actuar por sí misma, igual que habían hecho las anteriores: "La vanidad y
la presunción de gobernar desde la tumba es la más ridícula e insolente de las
tiranías". De paso, aprovechó para criticar la monarquía: un gobernante
hereditario era en su opinión una idea tan absurda como la de un médico o un
matemático hereditario.
Este libro le valió una acusación de
libelo sedicioso que le obligó a huir a Francia. Allí fue nombrado diputado de
la Convención Nacional en 1792, donde se alió con los girondinos, más moderados
que los jacobinos, y se opuso a la ejecución de Luis XVI. Llegó a escribir que "aquel
que asegura su libertad debe proteger de la represión incluso a su enemigo; si
falta a este deber, establece un precedente que le alcanzará a sí
mismo".
Obviamente, esto llevó a que fuera
encarcelado por orden de Robespierre en 1793. Fue liberado en 1795, después de
la ejecución del propio Robespierre, y siguió en Francia el tiempo justo para
ver cómo Napoleón instauraba una dictadura como la que había previsto Burke.
Volvió a Estados Unidos en 1802, donde murió tres años más tarde, decepcionado
por la expansión de la esclavitud en el sur del país.
Los
errores que no corregimos
Como decíamos, seguimos debatiendo en gran
medida bajo el marco de Burke y Paine. Por un lado, el conservadurismo propone
pensárselo muy bien antes de cualquier cambio y no despreciar lo que sigue
funcionando solo porque nos parece anticuado. Pero a los conservadores también
les cuesta ampliar derechos y cuestionar tradiciones e instituciones que han
perdido su razón de ser. Si fuera por Burke, muchos seguiríamos sin votar (mis
únicas tierras son tres macetas).
El progresismo está más abierto a ampliar
y reconocer derechos. No es exagerado decir que Paine tenía razón en casi todo:
la sociedad es mejor cuando disfrutamos de derechos como el de votar y
libertades como la de expresarnos, además de que ahora nos parece una obviedad
que debamos ser iguales ante la ley, con independencia de nuestro sexo, del
color de nuestra piel o de nuestra religión. Paine incluso anticipó algunas de
las ideas del estado del bienestar. Pero las revoluciones que partían con esos
objetivos han causado guerras, purgas y dictaduras que no tienen nada que
envidiar a los totalitarismos de derechas o a los absolutismos tradicionales.
Total, que quizás hay que resignarse a lo
que escribía Chesterton cuando hablaba de la división entre conservadores y
progresistas: “La ocupación de los progresistas consiste en seguir cometiendo
errores. La ocupación de los conservadores consiste en impedir que los errores
se corrijan”.
De momento y por si alguien se ha quedado
con ganas de más, añado algunos de los libros que he consultado, aparte de los
mencionados:
- Thomas Paine y los derechos del hombre, de
Christopher Hitchens. Biografía de Paine que se detiene en
particular en la disputa con Burke.
- El gran debate, de Yuval Levin, que habla de
cómo la disputa entre Burke y Paine sentó las bases de la izquierda y la
derecha contemporáneas. Aquí hay una crítica: Un viejo y
honorable corsé.
- Small Men on the Wrong Side of History, de Ed West,
historiador y periodista británico y conservador (quizás el último
conservador británico de menos de 45 años). El libro recorre los orígenes
del pensamiento conservador hasta llegar a su (en opinión del autor)
crisis actual.
- How to be a Conservative, de Roger
Scruton. Al contrario que Paine, Scruton estaba equivocado en
casi todo, pero escribía muy bien.
- Free Speech, de Jacob MacHangama,
una historia de la libertad de expresión desde Sócrates a las redes
sociales.
Es el editor de boletines de EL PAÍS y columnista en 'Anatomía de Twitter'. Antes pasó por Verne, donde escribió sobre redes sociales, filosofía y humor, entre otros temas. Estudió Periodismo en la UAB y Humanidades en la UOC. Es autor del ensayo '¿Está bien pegar a un nazi?' (Libros del KO).
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