Los humanos del futuro serán naturalmente artificiales
El pensamiento que puso al hombre como medida de todas las cosas ya no sirve para explicar el mundo. Nos encontramos en la era del posthumanismo. Desde el arte, el cine y los libros, se buscan alternativas para hibridar masculino y femenino, persona y animal, biología y tecnología
La artista Lynn Hershman Leeson lleva décadas experimentando con el cíborg, ese ser nacido del matrimonio del humano y la máquina. Sus filmes, que hablan de mujeres ciegas que consiguen percibir imágenes por medio de un ordenador y de individuos que se transforman en sus propios datos (Seduction of a Cyborg; Logic Paralyzes the Heart), conviven en The Milk of Dreams con obras como To See the Earth before the End of the World, instalación donde Precious Okoyomon representa la invasión colonialista de la naturaleza a través de figuras esculpidas en plantas; y la videoinstalación The Severed Tail, de Marianna Simnett, protagonizada por criaturas con rasgos animales y humanos que recuerdan a las quimeras de La isla del doctor Moreau. Entre las muchas irradiaciones del posthumanismo, si hay una idea que se impone sobre las otras entre los artistas de la Bienal, apunta Alemani, es la de que “nuestra concepción del cuerpo humano se desmorona”. Y si hay un pensador paradigmático en ese campo, ese es Paul B. Preciado. En Dysphoria mundi (Anagrama, 2022), argumenta que, para él, la condición transgénero no tiene que ver con la disforia —considerada un trastorno psiquiátrico—, sino con una forma de disidencia contra el sistema “petrosexorracial”. “No somos simples testigos de lo que ocurre. Somos los cuerpos a través de los que la mutación llega para quedarse”, declara en el ensayo. “La pregunta ya no es quiénes somos, sino en qué vamos a convertirnos”. Cuando Wynnie Mynerva, artista de género no binario y sensación del último Arco, se cosió la vagina para “ganar libertad” y mostró la operación en un vídeo, estaba canalizando esas ideas por medio del arte.
Habitando el mismo planeta, existen especies con las que posiblemente compartamos más de lo que pensábamos. La excepcionalidad humana está siendo revisada y puesta en cuestión desde el punto de vista animal, un reino donde ya no somos soberanos. Las implicaciones, de la alimentación a los afectos, de la ciencia a la ecología, se ramifican. De ello trata el ensayo Humanimales (Galaxia Gutenberg, 2022), en el que Marta Segarra se vale de la ficción (cada capítulo comienza con una breve historia) y de las referencias artísticas para ilustrar sus tesis. “Una cosa que planteo es que las definiciones varían con el tiempo, y eso también puede aplicarse a lo que entendemos por arte y cultura”, dice la investigadora. No solo se refiere a que algunas especies podrían ser capaces de crear estéticamente, sino también a la fluidez de lo que comprendemos como tal. Cultura puede ser tanto el vídeo de una canción pop como Perra (2022), donde Rigoberta Bandini canta que le gustaría convertirse en una, como los libros de una premio Nobel como Olga Tokarczuk. Títulos como Sobre los huesos de los muertos (Siruela, 2009; que cuenta con una adaptación fílmica, Spoor, de 2017) representan la visión posthumanista de la unidad de todos los seres encarnada en el pensamiento de Bruno Latour.
Quizá, la cuestión que ha provocado una mayor fascinación en el imaginario colectivo sea la de la comunión de la carne con la máquina. No se trata de un propósito novedoso —ponerse gafas implica mejorar el cuerpo con la tecnología—, sino expandido. Aquí entra en juego el transhumanismo, una corriente engendrada en Oxford por teóricos como Nick Bostrom que, aunque en ciertos apartados se toca con el posthumanismo, en otros se repelen. “En ambos casos hablamos de modificar la figura tradicional del ser humano”, abunda el filósofo Fernando Broncano, autor de La melancolía del cíborg (Herder, 2009), “pero el transhumanismo es una forma de trascender hacia arriba, para alcanzar un estado superhumano, mientras que el posthumanismo crítico es una forma de trascender hacia abajo, dejando atrás la visión antropocéntrica”. Frente a las promesas tecnocapitalistas y cuasirreligiosas de una vida eterna con la mente descargada en la nube, se trata de reformular nuestro posicionamiento en relación con aquello que nos rodea. Y no solo hablamos de las posibilidades de la tecnología (el smartphone, escribe Paul B. Preciado, ya ha creado “una nueva forma de existencia cíborg”), sino de la ciencia en su sentido más amplio: inteligencia artificial, ingeniería genética, reproducción asistida…
Todo un linaje de artistas ha ido sacando estas ideas a la superficie de lo sensible. Desde clásicos como Stelarc, el performer de la modificación corporal que advirtió de que el cuerpo se nos queda obsoleto, a directores como Julia Ducournau y su alucinante Titane (2021), una fábula oscura y ventral que explora la potencialidad de la confluencia entre géneros y entre las personas y las máquinas inspirada en parte en otro maestro del cine posthumano, David Cronenberg. En narrativa, Dave Eggers ofrece en El círculo (Random House, 2014) y El todo (Random House, 2022) una crítica demoledora a la dependencia de la tecnología y la vulnerabilidad que esta genera. Aunque, quizá, nadie como el Don DeLillo de Punto omega y Cero K haya sabido capturar y cuestionar el proceso de posthumanización. Su última novela, El silencio (Seix Barral), salió en 2020 pero está ambientada en este 2022. Más que una novela, es un signo de puntos suspensivos: ¿qué ocurriría si la tecnología desapareciera de un día para otro? ¿Seríamos capaces siquiera de comunicarnos?
Redactora en BABELIA, especializada en temas culturales. Antes de llegar al suplemento pasó por la sección de Cultura y El País Semanal. Previamente trabajó en InfoLibre. Estudió Historia del Arte y Traducción e Interpretación en la Universidad de Salamanca y tiene dos másteres: uno en Mercado del Arte y el otro en Periodismo (UAM/EL PAÍS).
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