sábado, 8 de febrero de 2025

¿Supone la inteligencia artificial un desincentivo para pensar?

Por un nuevo hedonismo

Aunque la inteligencia artificial nos supere, aprender música, dibujo o literatura es un placer para nuestro cerebro


Una estudiante de música, en Buenos Aires en septiembre de 2023.
Silvina Frydlewsky



¿Supone la inteligencia artificial un desincentivo para pensar? Mete primera (como no conduzco, me puedo permitir usar esa metáfora en un sentido laxo e ignorante). ¿Supuso la calculadora de bolsillo un desincentivo para hacer cuentas a mano? Oh sí, y en los años sesenta hubo unos debates tremebundos sobre la grave pérdida que ello implicaba para la educación de los niños. Los niños, en cambio, no veíamos la grave pérdida por ninguna parte. La forma en que aprendíamos a hacer divisiones o raíces cuadradas era igual de mecánica cuando las hacíamos a mano que cuando empezamos a hacerlas a máquina. En ninguno de los dos casos entendíamos lo que estábamos haciendo, así que ¿cuál era el punto en evitar la calculadora?


Las máquinas nos dan cien vueltas en capacidad de cálculo desde tiempos de Ada Lovelace, y jamás he visto a nadie quejarse por ello. La razón, creo, es que calcular es un peñazo y nadie en su sano juicio lo puede añorar más de lo que añora traer el agua del río con un cántaro.


Vale, ahora mete segunda y vamos a hablar de música. No de escuchar música, que eso lo puede hacer una gallina, sino de aprender a tocar un instrumento. Si yo sumara la cantidad de horas que habré pasado machacando las seis cuerdas de una guitarra u otra, me agarraría una depresión de caballo. Seguramente me habría dado tiempo a estudiar varias carreras, incluidas las de Filosofía, Física e Historia del Arte. Y un curso de cocina, ya que me lo preguntan.


A principios de siglo entré en contacto con los algoritmos generativos de música. Todos los músicos los usan para ensayar cuando no hay ningún humano a tiro. Les escribes una progresión de acordes y ellos la tocan con piano, contrabajo y batería, por ejemplo, y con ritmo de swing o de calipso, y el piano-bot improvisa un solo cuando tú le dices, y con el estilo de McCoy Tyner, de Bill Evans, de Brad Mehldau o de quien te dé la gana, y tú practicas con tu guitarra del mundo real acompañado por ese trío de all stars. En realidad, también puedes poner a improvisar al guitarrista-bot mientras tú te vas a tomar un café, pero claro, eso ya empieza a resultar humillante, entre otras cosas porque el guitarrista-bot te deja a la altura del betún. ¿Suponen los algoritmos de música un desincentivo para seguir aprendiendo a tocar la guitarra? Oh sí.


¿Y qué hay del dibujo? Mete tercera. Los dibujantes, profesionales o aficionados, solían dedicar largas horas y grandes esfuerzos a dominar los principios de la perspectiva y el claroscuro, aunque solo fuera para poder saltárselos después, como hizo Picasso. Recuerda lo que dijo el genio malagueño: “De niño dibujaba como Miguel Ángel y me llevó años aprender a dibujar como un niño”.


Sin embargo, cualquier programa de gráficos 3D de tercera regional hace innecesario conocer los principios del dibujo que aprendieron Miguel Ángel y Picasso. Tú les diseñas un objeto —o directamente lo importas de un catálogo— y el programa lo pone en perspectiva cónica en cualquier orientación a simple toque de ratón, lo ilumina desde donde tú le digas y proyecta las sombras sobre el suelo, las paredes o cualquier otro objeto que coloques en el escenario. Y sí, por supuesto que esto desincentiva a cualquiera de aprender penosamente los principios de la perspectiva y el claroscuro.

Metiendo la quinta marcha, nos podemos preguntar qué sentido tiene adquirir una cultura literaria cuando ChatGPT ya se ha tragado toda la literatura universal antes del desayuno. La única respuesta que yo encuentro es que aprender música, dibujo o literatura es un placer para nuestro pobre cerebro de carne mortal. Necesitamos formular un nuevo hedonismo para sobrevivir. Ponte a ello.


jueves, 6 de febrero de 2025

La materia es sintiente.

El alma de la materia y su relación con el mundo

Resulta placentero sumergirse en las páginas de un ensayo donde el viaje cósmico está asegurado desde que el autor deja atrás la definición cartesiana de materia


Exposición 'Visión expandida' del artista mexicano Damián Ortega, en el Centro Botín en Santander, Cantabria (España), el 7 de octubre de 2022. 
César Ortiz (Europa Press)


 La realidad de nuestra realidad nos ha mostrado la materia como una parte que ocupa un espacio, un volumen formado por partes que interaccionan entre sí, pero que no sienten. El filósofo Christian de Quincey viene a decir lo contrario en su último ensayo.

A principios del siglo XX, Einstein formuló una ecuación que nos vino a mostrar que se puede obtener energía a partir de la materia. E=mc². Bella, sencilla y simétrica en su interpretación, la citada fórmula nos presenta la materia como la rebelión de la nada contra sí misma, es decir, un fantasmal espacio vacío que tomado en cantidades muy pequeñas puede dar grandes cantidades de energía, lo que lleva a abrir las puertas del infierno con el uso de la bomba atómica.


Con la fórmula de Einstein, la materia se empieza a comprender de otra manera, no ya como una cosa sino como un suceso energético, un fluido de energía que mantiene su aspecto sólido en apariencia. Esto último es importante, ya que su apariencia sólida se debe a la estabilidad del patrón energético que contiene, siendo su inestabilidad debida al grado de desorden. Con estas cosas, el doctor en filosofía Christian de Quincey nos presenta un ensayo titulado Naturaleza esencial (Atalanta), un libro que es un viaje a través de los siglos y donde ciencia y filosofía se complementan.

Sus reflexiones, siempre certeras, no se quedan en el macrocosmos, sino que alcanzan dimensiones microscópicas, pongamos que invisibles, para demostrar que la relatividad y la cuántica no son teorías tan antagónicas como Einstein dio a entender, sino que ambas manejan el atributo común del verbo, de la acción. Porque tanto la materia que se identifica con la energía en el mundo visible como las partículas elementales del mundo atómico son sucesos, relaciones de hechos en continua expansión.


La materia, para Christian de Quincey, tiene alma y, por eso mismo, resulta inconcebible que la consciencia se haya originado a partir de algo inerte e impenetrable, algo que solo posee cualidades observables desde fuera. Para ilustrar que la materia es sintiente, Christian de Quincey pone de ejemplo las teorías del filósofo norteamericano Ken Wilber quien consigue compatibilizar la cosmología filosófica hegeliana y toda su carga idealista con la teoría científica del caos.


Para Wilber, la unidad fundamental de toda realidad poco o nada tiene que ver con la exposición a la que la física nos tiene acostumbrados con sus partículas elementales, sino que se trata de una estructura formada a partir de relaciones entre lo que él mismo ha denominado como holón. Dicha estructura es, a su vez, un todo y una parte, es decir, que por un lado participa de un todo mayor mientras que, por otro lado, es un todo constituido por holones más pequeños. De esta manera, la realidad tiene una estructura de niveles graduales, una jerarquía de realidades sintientes que dan forma a la realidad del mundo.


Resulta placentero sumergirse en las páginas de un ensayo de este tipo donde el viaje cósmico está asegurado desde que deja atrás la definición cartesiana de materia como extensión en el espacio y la interioriza hasta hacer expresar con ella la carne del mundo y su latido, siguiendo un hilo invisible que engarza a Tales de Mileto y su experiencia de atracción electromagnética con la calamita y el ámbar, y que llega a nuestros días con el citado Wilber o con el matemático y también filósofo inglés Alfred North Whitehead cuya filosofía del proceso nos enseña que la mente se nutre de cambio.


Vivimos tiempos de desnutrición mental y libros como este nos ayudan a mantenernos bien alimentados, pues nos vienen a recordar que la sintiencia es una cualidad metafísica de la materia y eso es algo que no se come todos los días.

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Montero Glez: periodista y escritor. Entre sus novelas destacan títulos como 'Sed de champán', 'Pólvora negra' o 'Carne de sirena'.